A fines del siglo XVIII, descartada María Pinto, sólo subsiste Curacaví como verdadero ejemplo de pueblo, o quizás si también, como una pequeña ciudad, nacida de una partición antigua de modo espontáneo.
Las localidades de Los Rulos y La Laguna de Salazar, a fines del siglo XIX, son un ejemplo de fragmentaciones de las haciendas coloniales que se han ido convirtiendo en aldeas y caserías difusos, simple yuxtaposiciones de minúsculas empresas agrícolas que viven en simbiosis con los fundos circundantes. Y finalmente, el desarrollo de verdaderas aglomeraciones, así como la superación de una etapa exclusivamente rural, siempre fueron condicionados por el paso de alguna carretera promisoria de funciones administrativas o comerciales.
Teniendo en cuenta este último punto de vista, María Pinto fue tan sólo un ensayo abordado. Nada había que predispusiera estos parajes relativamente abiertos y cruzados por un camino de cierta importancia, a una subdivisión de tipo antiguo. Por lo demás sólo tuvo lugar allí la fragmentación en las postrimerías del siglo XVIII y quizás si al comienzo del XIX, y, sin duda, provocada por ciertas contingencias de las que no es posible encontrar huella.
Descartada María Pinto, sólo subsiste Curacaví como verdadero ejemplo de pueblo, o quizás si también, de una pequeña ciudad, nacida de una partición antigua de modo espontáneo. A fines del siglo XVIII, la angostura del valle, en el punto donde se forma el primer codo del Puangue había sido el escenario de dos subdivisiones sucesorias. Una de ellas, en la ribera derecha del río, donde las tres hijas de Bernardo de Escobar se repartían una pequeña estancia llamada Las rosas; ubicada la otra exactamente al frente, en la ribera izquierda, donde más o menos por la misma fecha, los ocho herederos de Francisco Jofré se repartían las tierras que hoy día ocupa la pequeña ciudad de Curacaví. Es, como se sabe, muy difícil apreciar el papel que en esta fragmentación pudo desempeñar el antiguo itinerario de Santiago al mar. Hasta la construcción de un camino carretero entre los años 1772 y 1779, el “Camino Real de Caballos” no era más que una simple huella, la que en tiempos de Ginés de Lillo atravesaba el Puangue mucho más debajo de su codo para alcanzar la ribera derecha más o menos hacia la puntilla de Las Rosas.
La nueva carretera construida a partir de 1792 fue trazada, en verdad en la otra ribera, a través de las tierras de Jofré, de modo que es muy posible que el itinerario de Valparaíso haya intervenido en teoría en los orígenes de Curacaví, así como también en los de Las Rosas y de Lo Águila. Sin embargo, dadas las deficiencias de dicho camino, se inclina más bien a pensar que fueron simples contingencias familiares, favorecidas quizás por la estrechez de tierras deficientes, acuñadas entre el río y los cerros, las que vinieron a desempeñar un papel primordial en dichas particiones.
Situada Curacaví al pie de la gran cuesta de Zapata, a medio camino entre la capital y el mar tenía que convertirse, gracias a la travesía del río, en una etapa casi inevitable; ubicada asimismo en el punto preciso en que el valle alto viene a ser el punto de reunión, a la vez que un mercado, para todas las poblaciones mineras del valle alto.