La comparación de la propiedad de tierras en Curacaví y María Pinto fue muy distinta entre el siglo XVII y el XVIII. Las “estancias” de grandes dominios, pasan a conformar el de “haciendas”. Es un cambio que coincide con el traspaso de una economía puramente pastoril, propia del siglo XVII, a la explotación de la ganadería unida a la agricultura de cereales, que identifica el siglo XVIII. La mediana propiedad o más pequeñas se denominan “estancillas” o, más generalmente, “suertes”.
La fundación de Melipilla trajo consigo la expropiación de las tierras a los indios y la misma suerte corrieron los poblados de Curacaví y de María Pinto. De principios del siglo XVII, el sector de Ibacache y Soloaga absorben la estancia de Quiguica, constituyéndose de esta manera, dos potentes dominios. En 1777, José Miguel Prado Covarrubias absorbe tierras que incluso llegan a Pudahuel. Por esta época, Lo Ovalle deriva de los primeros encomenderos de la comarca Los Pastene y la orden religiosa de los Jesuitas mantienen propiedades en Carén hasta 1618 hasta que Carlos V los expulsa de los territorios de la Corona española.
Curacaví estuvo por 49 años en manos de los Jorquera, y unos 140 años en poder de los Prado. La hacienda de Lo Bustamante fue poseída alrededor de medio siglo por los Hidalgo y otro medio siglo por los Rojas Ovalle. Bendesu, los Soloaga y los Allende Soloaga se mantienen unos 150 años en el recodo del río Puangue del sector central hacia el sur. A finales del siglo XVII las estancias coloniales han sido enajenadas, por ejemplo, Ibacache pasa por 8 propietarios; Lepe-Puangue, entre 1650 y 1690 pasa por 5 propietarios.
El crecimiento de la ganadería durante la colonia conllevó a la libre movilidad del ganado en las haciendas y no había necesidad de cerco. Solamente a fines del siglo XVIII comienza el cercado de los potreros y de las haciendas, pero sólo en tierras llanas, nunca en los cerros. La ganadería colonial chilena se destina fundamentalmente para la crianza y matanza, con el objeto de beneficiar el sebo y cueros y secundariamente para el consumo de carnes en la misma estancia y en las ciudades vecinas.
En cuanto a la agricultura, a lo largo de los siglos XVI y XVIII los indígenas continuaron haciendo sus sementeras de maíz, por ejemplo, en la estancia de Lepe. Juan Bautista Pastene, el primer encomender de la zona, plantó cáñamo en las tierras de regadío de Tambo Viejo y Viulladigual. El regadío era facilitado por las grandes acequias sacadas del estero Puangue, como la de Curacaví y la que servía de deslinde a las haciendas de San Diego y Puangue por el oeste del río.
Los dueños de grandes propiedades del valle de Puangue solían vivir gran parte de su tiempo en Santiago. Las casas son de horcones y adobe, con techos de paja, carrizo o teja, junto a ellas hay bodegas, despensas y ranchos para los criados. En el siglo XVIII: Lo Ovalle, 1747, tiene casa y capilla con teja. Curacaví, en 1773, tiene una vivienda de paja nueva, enmaderada, de 22 varas por 5 y media, con dos corredores, una oficina de tabiques, ramada de matanzas y 7 ranchos de paja anexos a las casas destinados a los criados. El decaimiento de la población indígena hace incluso, en ciertas estancias, difícil la subsistencia misma de la explotación; así, en 1674, Curacaví no puede ser bveneficiado por falta de mano de obra y el propietario es obligado a enajenarla.